Hemos oído muchas veces esto de que los seres vivos nacen, crecen, se reproducen, y mueren… Y aunque esto es una visión algo simplista, es cierto que todos pasamos irremediablemente por diversas etapas en el ciclo de la vida… tanto a nivel individual como familiar, e incluso tenemos un ciclo propio para la pareja. En este artículo os vamos a hablar sobre las diferentes etapas por las que pasa la pareja dando explicación a algunos cambios y miedos que con frecuencia acompañan el proceso.
La pareja prefecta
Se trata de esas ideas, que vamos creando en nuestra cabeza acerca de cómo deseamos que sea nuestra pareja. Es una imagen idealizada de todo aquello que queremos recibir en una relación. Suele estar construido en base al tipo de familia que hemos tenido y o buen queremos imitar, o por el contrario, que preferimos evitar buscando extremos opuestos. A veces también buscamos príncipes salvadores o princesas maravillosas que vayan a curar nuestras heridas y salvarnos de todos nuestros miedos… También nos influyen esas películas de Hollywood con final feliz y poco de la vida real, o las canciones de amor desgarrador que nos colocan frente al abismo ante la idea de perder al otro… Pero sea cual sea, nuestra pareja imaginaria, va a ser distinta a la que encontremos y poder ajustar esas expectativas no siempre es tarea fácil.
El enamoramiento
Y de repente llega el día. Alguien se cruza en nuestro camino….ese alguien que nos descubre eso de las mariposas en el estómago y nos hace sonreír como tontos con sólo mencionarlo. Es la fase del enamoramiento, en la que nuestro cerebro segrega una sobredosis de hormonas como las endorfinas, dopamina, o la tan de moda oxitocina. Nos generan una especie de estado de embriaguez en el, de forma similar a cuando ingerimos alcohol, disminuye nuestra percepción del riesgo, no sentimos desinhibidos y aumenta la confianza en nosotros mismos. Todo esto hace que se nos despierte un deseo irrefrenable de estar con la otra persona, verla, compartir tiempo y vivencias con ella, hacer un enorme despliegue de todos nuestros encantos y sólo vemos en el otro aquellos aspectos que nos encajan con nuestra lista de cualidades de la pareja perfecta. Todas las restantes que no solo no se parecen, sino que a veces son contrarias, ni las vemos, porque sufrimos una ceguera selectiva que elimina cualquier aspecto que no nos guste del otro, y somos capaces de justificar cualquier acción por su parte, hasta el punto de convertir un mal olor corporal en un “atractivo toque de feromonas”. Es un momento mágico, intenso, revitalizante… pero también efímero.
El Noviazgo
A medida que va pasando el tiempo, y la relación sigue adelante, aparecen la intimidad, la confianza, se crea una historia compartida… pero también asoman diferentes miedos: al compromiso, al abandono, a no estar a la altura, a que el otro no sienta lo mismo… miedos que van a nacer en función de las experiencias previas que hayamos tenido, y que en ocasiones nos van a hacer poner unos escudos que nos protejan del posible daño, y si son muy potentes, hasta de sentir.
Pero si somos capaces de vencer estos temores, arriesgar y seguir adelante, es una etapa en la que construimos una intimidad con el otro, nos conocemos en mayor profundidad, y surge un proyecto de futuro en común. Se disfruta del tiempo juntos de forma más relajada y segura, se van incluyendo amigos y familiares de cada uno en los planes, y aparecen las primeras discusiones, y sus correspondientes reconciliaciones. Puede ser una etapa dulce, en la que se está construyendo con ilusión un proyecto con otra persona en el que hay que ajustar las expectativas iniciales con la realidad con la que nos encontramos, y tomar la decisión de si a pesar de no ser la pareja perfecta, quiero seguir adelante.
La convivencia
Si en la balanza entre lo ideal y lo real pesa más seguir adelante, el siguiente paso que muchas parejas dan es el de convivir juntos. Esta es una de las pruebas de fuego. Aquí se ponen encima de la mesa la mayoría de cartas, en las que aparecen las costumbres, manías y maneras de cada uno. Este es un momento clave de negociación, y en función de cómo sean las habilidades de cada uno, se puede definir el curso que la relación va a llevar. Cada uno de nosotros llevamos una receta de base compuesta de nuestras propias vivencias, de lo que hemos aprendido de nuestra familia de origen, de lo que nos han contado o hemos visto en nuestro entorno. En función de todos estos ingredientes, nos planteamos un modelo de vida y convivencia en pareja, que no tiene porqué ser ni parecida al del otro. Este es un momento clave que puede ser muy enriquecedor, ya que se trata de co-construir unas reglas nuevas que incluyan parte de los ingredientes de cada uno, con los que se pueda elaborar una receta nueva distinta a las dos anteriores… podríamos llamarlo cocina fusión. Eso sí, aquí se pone en juego la flexibilidad, creatividad y capacidad de separarse de las propia receta familiar que se transmite de generación en generación.
El compromiso
Si llegamos a preparar nuestra receta fusión, se puede pasar a una apuesta de compromiso a largo plazo más en firme. No tiene porqué requerir de ningún rito en particular, aunque hay personas que lo formalizan con un matrimonio, pareja de hecho, o incluso la decisión de formar una familia, y otros simplemente con la apuesta por estar juntos. Sea de la manera que sea, se trata de establecer un compromiso con el otro y con uno mismo de querer seguir cocinando juntos, sea cual sea el estilo.
Suele ser un momento de afianzamiento de relación de confianza en el otro y seguridad. Si estos elementos no están presentes, es probable que en las siguientes etapas surjan dificultades complicadas de solventar.
El nacimiento del primer hijo
Se puede considerar la primera gran crisis de la pareja si es que no las ha habido antes. El nacimiento de un hijo es una crisis en sí misma. Cambio de horarios, de hábitos, de ocupación, de dedicación a las funciones vitales propias, y por extensión a las necesidades de la pareja. El reajuste necesario a la vida de padres puede hacerse con más o menos éxito en función de muchas variables, pero si queremos que la pareja salga airosa, es importante dedicar un cuidado específico a la misma.
Quizá ya no podamos cocinar suculentos platos con la frecuencia deseada, pero podemos centrarnos en entrantes o ricos pinchos, que requieren menos tiempo de elaboración, pero pueden resultar muy satisfactorios. La carta habrá cambiado, pero puede ser también muy apetecible. Lo peligroso es dejar de alimentarse por no disponer del tiempo para hacer las antiguas recetas…
Cuando los niños son pequeños:
Una vez superada, o no, la crisis del nacimiento de los hijos, especialmente del primero, la pareja experimenta cierto descanso a medida que van creciendo y siendo más autónomos. Los niños suelen requerir algo menos de atención y energía que de bebés, que puede canalizarse de nuevo a la pareja y enriquecer de nuevo nuestro menú. Puede convertirse en un período de cierta estabilidad familiar, en el que se puede distribuir el tiempo en el dedicado a los niños, a estar en familia, y a la propia pareja. Son unos años de cierta calma, que se echará en falta en momentos posteriores casi con seguridad. Agárrense que vienen curvas.
La familia con adolescentes:
Esta es probablemente la etapa más difícil para el desarrollo humano, y también lo es para la vida familiar y, por extensión, la pareja puede verse también resentida. En esta etapa, se producen muchos cambios y pérdidas, y dificultades para asumirlos. Los niños dejan de serlo, se vuelven más independientes y requieren cada vez menos nuestra supervisión constante. Encontrar el equilibrio para mantener el cuidado de los hijos respetando su evolución y necesidad de distanciarse que tienen, no es tarea fácil. Es frecuente que entre los padres se produzcan discusiones sobre el arte de poner límites, y que se generen desacuerdos en la pareja. A veces esta difícil tarea va cargada de mucha angustia y desgaste, las personas se vuelcan en el manejo de estas situaciones y con frecuencia se olvidan del cuidado de la pareja, dedicando toda la energía al rol de padres.
Poder separar ambos papeles y proteger la pareja no es fácil, pero quien consigue vivir todas estas situaciones con un espíritu de equipo, de confianza y apoyo mutuo, sale reforzado, tanto en sus funciones como padre o madre, como en el de compañero de viaje.
Nido vacío: El reencuentro
Afortunadamente la adolescencia no dura siempre, los chicos crecen y maduran (casi siempre), tanto que incluso se van de casa y construyen su propia vida. Probablemente en poco tiempo inicien su propio ciclo vital de pareja, construyendo sus propias expectativas primero, y enamorándose probablemente repetidas veces después. Ellos comienzan, pero la pareja tiene aún mucho camino por recorrer. Este momento que a nivel familiar se conoce como el nido vacío, supone a nivel de pareja un momento clave: el reencuentro. Después de haber pasado al menos los últimos 18 años con el día ocupado de obligaciones que los hijos exigían e inventando huecos para dar espacio a la relación, de repente, nos quedamos a solas con el otro. Con todo el tiempo del mundo. Con un otro que hacía mucho que no mirábamos tanto rato seguido, que ha cambiado con el tiempo. Que yo he cambiado con el tiempo. Que hace mucho que no preparamos un buen guiso. Y llega el momento de ajustarnos. De ver cómo han ido cambiando los ingredientes de nuestra cesta, de ver si los que nos ofrece el otro nos apetece probarlos y seguir cocinando juntos. Es el momento de la re-elección. El de confirmar que aquella pareja que elegí tanto tiempo atrás sigue ofreciéndome platos interesantes. O por el contrario, me doy cuenta de que tengo que renovarme y probar otros estilos. Sea cual sea la decisión, hay que tomarla. Te reelijo o te relevo.
El segundo noviazgo
Si se continúa adelante, porque se ha hecho un nuevo intercambio de ingredientes, dejando fuera cada uno algunos que no encajaban en la nueva receta, se inicia una etapa parecida a la del noviazgo. Nuevas ilusiones, tiempo dedicado el uno al otro, compromiso por seguir cocinando juntos…
Puede ser una etapa dulce, llena de intimidad, de cariño y, por qué no, de pasión. Y ofrece muchos años por delante que pueden hacer disfrutar de una manera nueva y más rica la vida en común.
Podemos comparar todo este recorrido con una maratón dura, llena de cuestas que a veces te hacen desear abandonar. Y a veces es lo más inteligente, y poder así iniciar una nueva carrera en la que nos sintamos más cómodos… Pero existe la ventaja de poder parar en el momento que uno decida, aunque ya se sabe que el hecho de empezar a correr, supone momentos no siempre fáciles. Y es que lo de estar en pareja es todo un arte, es cambiante y a veces requiere la capacidad de reinventarse… como todo chef que se precie.