“Dale el coche, él también quiere utilizarlo, tú puedes jugar con la pelota”, “hay que compartir”, “no puedes ser egoísta”…
Cuando trabajamos con niños una de las demandas más comunes que nos encontramos, por parte de las familias, es la necesidad de que sus hijos puedan dejar sus cosas y compartirlas con otros niños.
Cuando comparten sus juguetes es un signo de buena educación y amabilidad y eso nos reconforta como adultos. El problema está cuando esto no es así. Entonces podemos caer en el error, de ser nosotros los que prestamos cosas que no son nuestras y el niño estará aprendiendo muchas lecciones en un solo momento:
-Aprenderá que se pueden dejar las cosas que no nos pertenecen, como está haciendo papá.
-También aprenderá a no respetar los deseos y las necesidades de los demás, porque es más importante lo que dicten los valores sociales.
-Por último y no menos importante, entenderá, que mis padres no me está entendiendo ni escuchando.
“Hace unos días estaba en el metro y escuché una conversación entre dos amigas. Una, la que parecía más preocupada, decía: “el domingo subí al desván y cogí la bicicleta de Miguel, la que ya no utilizaba porque le quedaba pequeña y se la di a su vecina, pues no sabes el pollo que me llegó a montar por la bicicleta que ya no le hacía ni caso, tardó en calmarse más de una hora y al final hasta acabé castigándolo sin bajar a la piscina”
Si nos posicionamos desde el punto de vista del niño, hemos aprendido que a partir de ahora, vamos a utilizar TODO, para que mi madre no se crea en el derecho de dar algo a personas casi desconocidas, sin consultarme.
Ahora los lectores os estaréis preguntando, “entonces, ¿cómo lo hacemos?